Suéñame, con mis dedos afinados entre tus piernas blancas,
y despertaré a las dormidas alondras que se bañan en tu origen.
Imagíname, sembrando el sol de dulce sal y brea caliente,
y te daré tiernas cadencias que acaricien tus sentidos.
Aguárdame, anhelando besos de luna clara y rocíos férvidos,
y te llevaré alientos tiernos de fragua ardiente y cortadas alas.
Recíbeme, iniciando océanos en tu huidiza mirada,
y brotará el serrín de aguas inundando mis ansias nuevas.
Ilumíname, con las ascuas púrpuras de tus besos vírgenes,
y apagaré mis sembrados campos de mudos relámpagos.
Descríbeme, paisajes de aire en mis dormidos anhelos,
y aplacaré los silencios que duermen mi intención de amarte.
Susúrrame, hasta que se me erice el alma de primaveras nuevas,
y gritaré arcoíris imperfectos que apaguen las afonías agónicas.
Mírame, con el aliento libertario de tus intermitentes miradas,
y deslumbraré las prudencias vivas con el despertar de tus señales.
Entrégame, latidos de juncos verdes en el aletear de tu vientre,
y hurtaré los nimbos grises que te laceran como pájaros negros.
Abrázame, con la sangre fresca de la hiedra que amanece,
y desataré hervores suaves en las fantasías de tus manos.
Bésame, hundiendo agujas rojas que tejan nuestras bocas,
y me desvaneceré como la bruma opaca alejada por el soplo frágil.
Siénteme, destilando palpitares en las sombras de mi cuerpo,
y compondré sinfonías planas que reverberen en tus pechos plenos.
Duérmeme, con arrullos anhelantes que aletarguen mis tormentos,
y provocaré despedidas viejas en el andén de las luciérnagas.
Quiéreme, para soñar soñando sueños de retornos a tus afanes,
y odiaré el lugar impasible que te aleja y desea no amarme.
Acompáñame, al lugar secreto de los eternos instantes,
y caminaré a la vera de tu sombra llevando las plenas utopías nuestras.
© Nicanor García Ordiz, 2009.